LUCES Y SOMBRAS DE LA LOMLOE
Cuando entré a la carrera de Primaria y Pedagogía, no tenía del todo claro qué significaba exactamente lo de "organización educativa". Me imaginaba que sería sobre la historia de los centros escolares, herramientas para los profesores sobre cómo enseñar... Pero después de las primeras clases, sobre todo en las lecciones donde analizamos cómo han evolucionado las instituciones educativas a lo largo del tiempo y cómo las teorías críticas ven la educación, empecé a entender que los centros educativos no son solo lugares donde se da clase. Son sistemas complejos, atravesados por ideas, valores, normas, contradicciones… y por leyes.
Y ahí aparece, como quien no quiere la cosa, la famosa LOMLOE. A estas alturas ya la nombramos tantas veces en clase que me sorprende que no soñemos (o tengamos pesadillas) con ella.
Antes de hablar de la ley en sí, quiero frenar un momento para pensar en qué consiste una organización educativa. Existen muchas organizaciones distintas: una academia privada, un centro de atención temprana, un espacio para educación de adultos, etc. Pero sí es verdad que, cuando alguien dice "educación", lo primero que imaginamos es un colegio. Y es por eso que en esta entrada el blog quiero centrarme en cómo funciona un centro escolar: quién lo forma, qué lo afecta y qué leyes lo guían.
Es ahí donde la LOMLOE (Ley Orgánica 3/2020, del 29 de diciembre, que es una modificación de la anterior Ley Orgánica de Educación y fue impulsada principalmente por el PSOE), como ley vigente, entra en juego. Marca los objetivos, el currículum, la forma de enseñar y también lo que se espera que logremos como futuros/as docentes. Pero lo interesante no es solo lo que dice el texto de la ley (que es denso a más no poder), sino pensar: ¿qué tipo de educación promueve esta ley? y ¿es realista llevarla a cabo en el aula?
No voy a mentir: meterse a leer una ley educativa no es fácil. Está llena de términos técnicos, estructuras legales y conceptos que a veces parecen más pensados para políticos que para profes o estudiantes. Pero si intentamos mirarla con ojos nuevos, con los ojos de los futuros pedagogos que quieren entender qué tipo de educación se está intentando construir. Así que no voy a hacer un resumen exhaustivo de todo el texto, sino que me voy a centrar en los puntos que más me han llamado la atención y que creo que marcan la diferencia.
El enfoque competencial
La LOMLOE le da un giro importante al qué enseñar, ya no se trata solo de contenidos, sino de algo que repiten mucho en clase: las competencias clave. La palabra “competencia” me sonaba rara al principio. La asociaba más a “competir” o a ser “competente” en plan profesional. Pero entendí que en educación, una competencia es la capacidad de movilizar conocimientos, habilidades, actitudes y valores para actuar de forma adecuada en un contexto concreto. O sea, el saber y saber hacer.
Esto me hace pensar en mi propia experiencia como estudiante. Sin duda he olvidado temas enteros que estudié para los exámenes tan solo a la semana de que hiciéramos la prueba. Pero de otras cosas, como proyectos en los que tuve que investigar, debatir o trabajar en grupo, sí me acuerdo. Ahí usaba lo que sabía para hacer algo real. Y de eso va este enfoque.
La LOMLOE define 8 competencias clave que deberían desarrollarse en todas las etapas educativas. No solo en la ESO o Bachillerato, sino desde la Educación Infantil. Entre las que más me llaman la atención son: la competencia comunicativa, que va más allá de escribir bien o hablar bonito. Se trata de entender cómo usamos el lenguaje para relacionarnos, pensar, crear; la competencia digital, que me parece básica hoy en día. Ya no se trata solo de saber usar una app, sino de usar la tecnología de forma crítica y segura; y la competencia personal y social, que habla de conocerse a uno mismo, trabajar en equipo, aprender a aprender, manejar emociones…
Este modelo rompe con lo disciplinar (enseñar por asignaturas, en compartimentos estancos) y apuesta por un enfoque más interdisciplinar. Se busca que las materias se conecten entre sí para ayudar a desarrollar esas competencias. Por ejemplo, no tiene sentido que en Historia hablemos de la Revolución Francesa y en Valores de los derechos humanos, sin relacionar ambos contenidos. Una de las ideas que más me impactó fue la del perfil de salida. Me parece interesante que, en vez de centrarse solo en cada asignatura por separado, la ley proponga una mirada más global, transversal.
Pero entonces... ¿Cómo tendríamos que enseñar?
¡Con las metodologías activas!
La LOMLOE no solo habla de qué enseñar, sino también de cómo. Y esto, sinceramente, es lo que más me hace reflexionar sobre mi experiencia escolar. Durante años he tenido clases donde lo importante era memorizar, seguir instrucciones, hacer exámenes. Pero esta ley propone otra cosa: quiere que las clases se centren en el aprendizaje activo, significativo y participativo. En otras palabras: que aprendamos haciendo, no solo escuchando.
La LOMLOE apuesta por lo que en clase llamamos metodologías activas, donde el alumnado pasa de ser receptor pasivo a protagonista activo de su propio aprendizaje.
Propone diseñar “situaciones de aprendizaje” reales o simuladas donde tengamos que pensar, investigar, crear. Además, habla del Diseño Universal para el Aprendizaje (DUA), un enfoque que parte de la idea de que todos aprendemos de forma diferente, y por tanto la enseñanza también debe adaptarse.
Me parece una forma más humana, más real y también más inclusiva de enseñar. Dar distintas formas de presentar la información, distintas maneras de expresarse, opciones para motivarse… Todo eso tiene mucho más sentido cuando te lo explican así.
Con todo esto, el papel del docente también cambia. Ya no es solo quien explica contenidos, sino alguien que acompaña, que guía, que diseña experiencias. Me parece un rol mucho más desafiante… pero también más bonito.
¿Y qué quiere decir eso en la práctica?
Que no basta con soltar teoría y hacer que el alumnado copie. Se trata de diseñar situaciones de aprendizaje: contextos (reales o simulados) en los que el estudiante tenga que aplicar lo que sabe para resolver un problema, tomar una decisión o crear algo.
Me viene a la mente el Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP). Imaginemos que en vez de dar una clase sobre reciclaje, los alumnos tengan que organizar una campaña real en su barrio, diseñar carteles, hacer encuestas, hablar con asociaciones… Estarían usando lengua, ciencias, arte, ética… todo junto, para un objetivo real.
Otra metodología que me llamó mucho la atención es la gamificación. Usar elementos del juego en el aula no significa solo hacer dinámicas divertidas, sino diseñar una experiencia educativa motivadora, con retos, recompensas y feedback continuo. Y la aula invertida me parece muy útil también: que la teoría se trabaje en casa (con vídeos, lecturas), y que el aula se convierta en un espacio para aplicar, debatir, experimentar.
Todo esto suena genial, pero también sé que requiere tiempo, formación y recursos. No basta con decir “usa gamificación” o “diseña situaciones de aprendizaje”. Muchos profes no saben cómo hacerlo, o no tienen tiempo para planificarlo bien.
¿Y todo esto... se está aplicando?
Aquí es donde empiezan mis dudas (y las de muchos). Porque en clase hablamos mucho de lo que la ley propone, pero ¿qué pasa en realidad?
En las encuestas y debates que hicimos, la mayoría coincidíamos en lo mismo: los principios de la LOMLOE nos parecen buenos, pero la aplicación deja mucho que desear. Algunas críticas comunes fueron que muchos profesores no tienen formación en estas metodologías nuevas, ni apoyo para implementarlas o que falta tiempo para planificar bien situaciones de aprendizaje o proyectos.
También surgió un debate interesante sobre la evaluación. Se valora que se quiera ir más allá del examen, pero también hay miedo a que se pierda el esfuerzo, el estudio, el rigor. Creo que aquí la clave está en lograr un equilibrio entre lo competencial y lo académico. No es lo uno o lo otro: ambos se pueden complementar.
Mi mirada como futura docente y pedagoga
Después de todo esto, me quedo con sensaciones mixtas. Por un lado, me emociona pensar en un modelo educativo más inclusivo, más práctico, más humano. Creo que la LOMLOE intenta acercarse a eso. Por otro lado, veo lo difícil que es llevarlo a la práctica en un sistema educativo que arrastra muchas inercias.
Como futura docente y pedagoga, me toca formarme no solo en lo teórico, sino también en lo didáctico, lo metodológico, y lo emocional. Porque las leyes cambian, pero los vínculos, las prácticas, y las ganas de transformar la educación son cosas que construimos desde abajo.
La LOMLOE no es perfecta, pero nos da un punto de partida para pensar en la escuela que queremos. Ahora nos toca a nosotros imaginarla… y pelear porque se haga realidad.
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