DESCOLARÍZATE TÚ ILLICH, QUE NOSOTROS MAÑANA TENEMOS CLASE

DESCOLARÍZATE TÚ ILLICH, QUE NOSOTROS MAÑANA TENEMOS CLASE.




Desde que trabajamos las ideas de Illich en clase, una pregunta sigue rondando por mi cabeza: ¿de verdad este señor pensaba que sería mejor que no fuésemos a clase?
Según él, la escuela no solo no es necesaria, sino que es parte del problema.¡ La escuela! Ese lugar donde pasamos como mínimo 6 horas al día desde que tenemos uso de razón, donde hemos conocido a personas que nos han ayudado a cambiar nuestra forma de pensar, donde hemos coincidido con los que puede que a día de hoy sigan siendo nuestros amigos y les consideremos como un pilar fundamental en nuestras vidas y donde hemos aprendido desde cosas tan fáciles como sumar hasta a defender nuestros argumentos cuando hablamos en público.

Illich, sin embargo, dice que todo esto es un espejismo. Que la escuela es como la Iglesia de la educación: impone sus dogmas, reparte sus bendiciones (o sus suspensos algunas veces) y decide quién "sabe" y quién no, a través de títulos, notas y certificados. Y a ver... en cierto punto puede llegar a tener razón, ya que el sistema todavía oculta cosas desde hace décadas. Pero su propuesta de tirar la escuela por la ventana y que cada quien se busque la vida con "tramas de aprendizaje" me suena más a fantasía que a una solución.

¿Dónde están esas tramas? ¿Quién las sostiene?

Illich habla de “tramas de aprendizaje” como si fueran redes mágicas donde cualquiera puede aprender de cualquiera, en cualquier momento. Como si todo el mundo tuviera a su alcance una comunidad llena de sabios dispuestos a enseñar lo que saben sin pedir nada a cambio. Y yo me pregunto: ¿esas tramas dónde están? Porque yo, en mi día a día, si no tengo Moodle, si no tengo a mis compañeras o a un profesor que me conteste a los mails en medio del caos, me perdería. Me hundiría en mis dudas y me enredaría con mis propios apuntes.

Porque lo de aprender “libremente”, como dice Illich, suena súper bonito en teoría. A mí también me encantaría aprender a mi ritmo, cuando quisiera y sin presiones externas. Pero la realidad es otra. Lo libre no siempre es justo, en muchas ocasiones es precario.

¿Quién puede permitirse autoformarse cuando tiene que compaginarlo con el trabajo? ¿Quién tiene tiempo, calma, conexión a internet, un portátil decente, un espacio sin ruido? Otras muchas preguntas se me vienen a la mente, pero se ha entendido mi punto.
Illich parecía imaginar un mundo donde todos estamos igual de motivados, de conectados y disponemos de la misma autonomía. Pero ese no es el mundo en el que vivimos. Conozco a personas que no tienen la posibilidad de elegir. No porque no quieran, sino porque no pueden. Porque hay prioridades más urgentes. Porque a veces, la escuela es el único sitio donde alguien te pregunta cómo estás, o te presta un libro, o te abre una ventana al mundo que nunca imaginaste.

Entonces, claro que me gustaría que existieran mil formas distintas de aprender. Pero lo que no quiero es que me vendan la idea de que la solución es dejarlo todo en manos de una “libertad” que no todos pueden ejercer. Porque esa libertad, cuando no va acompañada de justicia social, solo es otra forma de abandono.

Y lo del mito de que la escuela pública obligatoria reduce desigualdades...

Illich dice que la escuela pública obligatoria no solo no reduce desigualdades, sino que las reproduce e incluso las refuerza. Que los recursos del Estado, en teoría destinados a garantizar una educación para todos, acaban beneficiando más a quienes ya están en mejor posición (a los niños de familias con más recursos). Y sí, tiene parte de razón. No voy a negar que el sistema educativo muchas veces funciona con sesgos de clase, que el conocimiento escolar se construye desde una lógica dominante que deja fuera muchas otras formas de saber. Pero lo que me chirría de Illich es su conclusión: que por eso mejor deshacerse del sistema. Como si la única opción frente a la desigualdad fuera la desescolarización total.

Sin ir más lejos, en mi clase había una chica que venía de una familia muy numerosa con pocos recursos. Ella siempre decía que algún día conseguiría estudiar Medicina, muchos decían que nunca lo conseguiría por razones familiares, y otros muchos la apoyábamos con todas nuestras fuerzas. Y, efectivamente, ahora está en Madrid, estudiando la carrera que siempre quiso y pagándose un piso con el dinero que ganó a base de matarse a trabajar. ¿Eso no cuenta como resistencia? ¿Eso no es comunidad?

Así que sí, Illich, entiendo tu crítica. Pero decir que la escuela “obliga” y “oprime” sin reconocer que también abre puertas me parece injusto. Porque si hay algo que de verdad reproduce desigualdad, es la idea de que todos podemos aprender igual sin tener en cuenta desde dónde partimos.
Yo creo que la pregunta real no es si la escuela reduce o no la desigualdad, sino qué tipo de escuela puede empezar a hacerlo de verdad. Porque claro que hay escuelas que refuerzan privilegios. Pero también hay otras, muchas, que luchan cada día contra eso. Con profes que rompen esquemas, que enseñan desde lo real, que adaptan, que escuchan. Con proyectos comunitarios, con huertos escolares, con asambleas, con bibliotecas abiertas, con meriendas compartidas.

Por eso, para mí, el problema no es que la escuela exista. El problema es cuando olvidamos que puede transformarse. Quedarse solo en la crítica sin construir alternativas realistas es como quejarte desde tu casa y luego decir: "pues bueno, que cada uno haga lo que quiera".

Entonces… si desescolarizarlo todo no es la solución, ¿cómo podemos transformar la escuela desde dentro sin tirarla por la ventana?



Comentarios