EDUCAR TAMBIÉN ES CUIDAR. LA IMPORTANCIA DE LA SALUD MENTAL
Esta entrada al blog se sale un poco del temario, sin embargo me parece que es un tema muy importante del que todos tendríamos que informarnos. En clase analizamos la escuela como una organización, como una institución que cumple una función dentro de la sociedad. Vimos su historia, cómo se ha ido transformando y cómo responde a los retos del presente y cómo funciona desde una lógica normativa. Sin embargo, hay algo que se nos escapa: ¿qué pasa con lo emocional? ¿Dónde queda la salud mental?
Durante años, la escuela se ha centrado en formar a las personas “para el futuro”: para que trabajen, para que se integren, para que memoricen y pasen exámenes. Todo muy centrado en lo racional, en lo académico, en lo que se puede medir. Pero si lo pensamos bien, ¿cuánto tiempo es dedicado a enseñar a gestionar emociones, a construir relaciones sanas o a cuidar la salud mental?
Yo miro hacia atrás y me cuesta recordar momentos donde en clase se hablara de cómo nos sentíamos. Si estabas mal, lo escondías. Si tenías ansiedad por un examen, lo normal era escuchar a los demás decir “yo también” y seguir. Pero nadie paraba a preguntarte si en realidad todo iba bien. Esa es la parte que no sale en los boletines de notas. La parte que no se evalúa, pero que aún así tiene un peso enorme.
Hoy, desde otra perspectiva, empiezo a entender que esto no es solo algo personal. Es estructural. El sistema educativo se diseñó desde una lógica productiva: personas que entran, reciben contenido, se preparan para el mundo laboral y salen. Este sistema no fue diseñado para cuidar, sino que históricamente se considera un espacio de orden, de control, de “disciplinamiento”, como dicen las teorías críticas. Como si fuéramos piezas en una fábrica. Pero resulta que no lo somos. Somos personas, con cuerpo, con historia y con emociones.
En los apuntes hablamos de cómo la escuela transmite no solo contenidos, sino también valores, normas y formas de comportarse. A eso se le llama currículum oculto, y muchas veces pasa desapercibido. Hablamos de ella como una institución social, con una función formativa, normativa, reproductora. También se menciona que es un espacio que puede transformar realidades. Y ahí está el punto clave.
Si la escuela tiene tanto poder, ¿por qué sigue sin cuestionarse lo suficiente lo que ocurre dentro de ella cuando se trata de salud mental? ¿Por qué se siguen normalizando las crisis de ansiedad como parte del “esfuerzo”? ¿Por qué se sigue ignorando que muchos estudiantes no rinden porque no están bien, no porque sean vagos?
Es muy fuerte cómo se puede suspender por no entregar un trabajo, pero nadie se pregunta por qué no lo entregaste. Que lo importante es rendir, no sentir.
Otro punto muy importante es el tabú del malestar. Durante años, ha sido algo que había que esconder. Y la escuela, como institución, lo ha reforzado sin decirlo abiertamente. Desde pequeños hemos aprendido que las emociones fuertes, especialmente las “negativas” como la tristeza, la rabia, el miedo, no cuadran entre pupitres y pizarras.
La escuela, que tanto habla de formar ciudadanos, rara vez enseña a gestionar el malestar. No hay espacios reales para hablar de cómo estamos. No hay tiempos para parar. Todo va rápido, todo se mide, todo se exige. Como si estuviéramos corriendo una maratón, donde lo importante es llegar, no cómo llegues. Donde el silencio emocional se disfraza de madurez y donde mostrarse vulnerable da miedo, porque parece que “te van a etiquetar”.
¿Y qué pasa con quienes no pueden seguir ese ritmo? Lo que pasa es que se quedan atrás. A veces literalmente, repitiendo curso. Otras veces, más sutilmente: desconectan, se aíslan, se apagan . Y encima cargan con la culpa de sentirse así, porque el mensaje oculto de la escuela es que si te va mal es porque no te esforzaste lo suficiente.
A estas personas no se les ayuda. Se les etiqueta como alguien problemático, vago, débil, inmaduro. Se les presiona, se les castiga y se les exige como si estuvieran en igualdad de condiciones, como si la ansiedad, la depresión fueran excusas. Y cuando no alcanzan los estándares impuestos, se les excluye, aunque nadie lo diga en voz alta. Y eso también lo enseña la escuela, aunque no esté en el currículum. Nos enseña que lo emocional es un estorbo.
En una sociedad que empieza a hablar, por fin, de salud mental, la escuela no puede seguir callanda. No puede seguir ignorando que detrás de cada estudiante hay una historia, un contexto, una vida que también necesita cuidado. La escuela no puede ser un espacio que duela. Tiene que ser un lugar que sostenga, que abrace, que escuche. No se trata de hacer terapia en el aula, sino de dejar de tratar el sufrimiento como si no existiera. Porque cuando el sistema educativo actúa como si todo lo emocional fuera “extra”, está fallando en lo más básico: reconocer la humanidad de quienes lo habitan.
Estamos en un momento en el que la salud mental se ha convertido en una emergencia global. La pandemia lo visibilizó, pero no lo inventó. Las cifras hablan por sí solas: más ansiedad, más depresión, más suicidios en adolescentes.
Los datos sobre salud mental en niños y adolescentes son, sinceramente alarmantes. A nivel mundial, se estima que 1 de cada 7 adolescentes (14%) entre 10 y 19 años padece algún tipo de trastorno mental, siendo los más comunes la depresión, la ansiedad y los trastornos del comportamiento. En España, el Estudio PsiCE, que analizó a casi 9.000 estudiantes de secundaria y ciclos formativos, reveló que el 6% presenta síntomas graves de depresión, el 15% sufre ansiedad intensa, y un preocupante 4,9% ha intentado suicidarse alguna vez. A esto se suma el uso de medicación para la ansiedad y el insomnio: según el Ministerio de Sanidad, casi 1 de cada 5 adolescentes (19,6%) ha tomado este tipo de pastillas alguna vez, y un 10% lo ha hecho sin receta médica. Pero lo más inquietante es el silencio, un informe de UNICEF y la Universidad de Sevilla indica que el 41% de los adolescentes cree haber tenido algún problema de salud mental en el último año, pero más de un tercio no se lo contó a nadie y más de la mitad no pidió ayuda. Estos datos no son solo cifras: son un grito de urgencia que la escuela no puede seguir ignorando.
Por eso, creo que es de vital importancia empezar a dar voz a este tipo de problemas, y no solo centrarnos en lo académicamente correcto.
Adjunto el enlace a un podcast que me parece muy interesante y trata de este tema:
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